sábado

12: La bandera y los mocos

En un programa televisivo de cuyo nombre no quiero acordarme, un joven que responde al nombre Dani Mateo y que se autodenomina humorista, ha ejecutado a primeros de noviembre de 2018 una breve actuación que culminaba limpiándose los mocos en una bandera de España; la actual, la contemporánea, la constitucional.



En pocos días, internet se ha llenado de vídeos caseros, de tweets, de comentarios, en los que españoles de muy diversos lugares (Tenerife, Lugo, Madrid, Cádiz, Gijón, Jerez…) e incluso extranjeros (chilenos, colombianos...) afean su comportamiento al dicho personaje.

 Así que, en esta carta que te dirijo a ti, Dani Mateo, voy a hablarte un poco sobre estas críticas que te han hecho, porque no puedo evitar sentirme preocupado ante la posibilidad de que las hayas malentendido. Voy a hablarte, como mínimo, de dos.

Empezaré comentándote un detalle aparecido en un vídeo de origen gallego. En éste, el autor te llama “payaso”.

    Me preocupa mucho este vídeo. Me preocupa que tú, Dani Mateo, puedas pensar que alguien te llama “payaso” en serio, equiparando tus actuaciones con las de auténticos payasos de circo como el madrileño José Gutiérrez, el gaditano José Genero, el bilbaíno Juan Campiño; poniéndote a la misma altura artística que el suizo Adrien Wetach, el mexicano José Medrano, el alemán Tom Belling, el inglés Tommy Grice; asemejando tu espectáculo al que ofrecían los grandes genios de la verdadera payasada, como el barcelonés Charli Rivel, el cordobés Bernardo García o el onubense Antonio Díaz; o, por no abundar en más ejemplos, comparando tu limitada capacidad escénica con la milimétrica precisión de los Rudi Llata o con la inimitable maestría de  los Hermanos Tonetti, santanderinos todos ellos en buena medida.
    Me desasosiega que puedas dar por bueno que compartes profesión con los hermanos Fratellini, con los Trilocos, con Pierre Etaix, con Oleg Popov, con Carlo Colombaioni, con Arthur Pedlar, con los hermanos Frediani, con Benjamín Oliveira o con Roy Brown. 
    Y me inquieta de una forma muy especial que puedas llegar a la peregrina conclusión de que alguien te considera dotado del sublime carisma de los queridos payasos de la tele, encabezados por Gaby, Fofó y Miliki, que tanta sencillez y tanto cariño supieron derrochar y que tan alto mantuvieron el pabellón de la auténtica y entrañable “payasería”, si se me admite el vocablo.



Me angustia que puedas creerte que alguien te compara con estas personas, que se las ingeniaron para sumar miles y miles y miles de horas haciendo reír al público sin insultar nunca a nadie; sin una ofensa, un escarnio, una humillación o un ultraje; sin recurrir jamás al chiste fácil del pedo, el eructo, la mierda o el moco. Ese es tu nivel, como acabas de demostrar; no el suyo. 
    Me agobia que puedas creerte que eres como ellos después de haber demostrado que no les llegas a la huella que dejan en el suelo cuando caminan.

    Pero yo, que casi sé hablar gallego, te voy a explicar lo que ha pasado. En gallego existe una frase hecha, “Cala a boca, payaso”, que se le dice como respuesta rápida a quien acaba de pronunciar una majadería del tamaño de un estadio de fútbol. O sea, que no se debe traducir al castellano de forma literal, “Calla la boca, payaso”; de hecho, las traducciones literales rara vez valen para algo. Se debe traducir por la frase hecha que se dice en situación equivalente, “No digas burradas”. 

    Pues bien, Dani Mateo, espero que lo entiendas: cuando un gallego te llama “payaso” no te está poniendo a la altura artística de ninguno de los mencionados, lo que vendría a ser como poner una mancha de humedad a la altura del Cristo de Dalí, los garabatos de un esquizofrénico a la altura del Ulises de James Joyce, el gruñido de un cerdo a la altura del Rigoletto de Verdi o un moco amasado con los dedos a la altura del David de Miguel Ángel, sino que te está echando en cara que has dicho o hecho una burrada del tamaño de quince aeropuertos.
    Concluyendo, no se te ocurra pensar de ti mismo que eres un payaso. Los vivos — quedan pocos, ya lo sé — se arrancarían la piel a tiras y los fallecidos se revolverían en sus tumbas.

En segundo lugar, quiero mencionar una crítica en la que aparecen juntos, en una misma frase, tu nombre y la palabra “legionario”. 
    Si compararte con un payaso me daba escalofríos, compararte con un legionario me produce los mismos síntomas que la fiebre amarilla. Imaginarte a ti, que llevas toda la vida rascándote la tripa a dos manos y bajando al nivel del moco cada vez que intentas hacerte pasar por humorista, comparado con un legionario, un bombero, un miembro de la Unidad de Emergencias, un cadete de la Armada o con el último novato de la Brigada de Alta Montaña, es más difícil que imaginar a Batman vestido de rosa. 



    Pero imaginarte a ti arriesgando la vida por proteger a un grupo de refugiados mientras cruzan un puente es el más difícil todavía. Y así, por cierto, protegiendo a los que intentaban cruzar un puente, es como murió un sargento zaragozano en Bosnia, en 1999. 
¿Sabes cómo se llamaba? Raúl. 
¿Sabes cómo volvió a Zaragoza? En un ataúd, cubierto por esa misma bandera que entregaron a su viuda y que tú pretendes mancillar sin lograrlo. 
Otros 22 españoles volvieron bajo la misma bandera tras haber dado la vida en el conflicto de los Balcanes. El Teniente de la Legión Arturo Muñoz Castellanos fue el primero, el 13 de mayo del 93, en Mostar. 
¿Sabes qué estaba haciendo cuando fue alcanzado por un mortero serbio? Transportar bolsas de sangre a un hospital musulmán. Transportar bolsas de sangre a sabiendas de que el único camino atravesaba una zona de máximo riesgo. 
¿Sabes qué llevaba puesto en la cabeza? Un casco azul de la ONU. 
¿Sabes qué bandera llevaba bordada en las mangas? Esa misma que a ti no te merece ningún respeto. 
Pues te voy a decir una cosa bien clarita: al lado de uno cualquiera de los 340 españoles que han muerto durante una misión en el extranjero y han vuelto en una caja cubierta por la bandera, tú no llegas ni a partícula subatómica. La cienmilésima parte de una gota de la sangre de cualquiera de ellos basta y sobra para limpiar tus mocos y los de ochocientos mil millones de guarros como tú que hubiera en el universo, ¿te queda nítido? 


Legionario español, intentando convencer a una anciana de que su casa está en una zona de máximo riesgo y deben evacuarla. Mostar (Bosnia). 1993.

    Imaginarte a ti arriesgando la vida por una anciana desconocida es como imaginar a un paramecio jugando al ajedrez. Que se arriesguen otros, que lo tuyo es el moco. 
    Pues mientras tú dedicas tu vida a jugar con los mocos, resulta que esas personas dispuestas a correr riesgos en parajes lejanísimos, tienen en sus acuartelamientos esa misma bandera que tú llamas trapo y usas de pañuelo. Tú no puedes entender lo que sienten cuando ven esa bandera porque te ha cegado de soberbia saber que cobras más por hurgarte la nariz de lo que cobran ellos por salvar vidas, pero los que están destinados en una misión en el extranjero, los que están montando guardia en un puesto de alto riesgo, los que pasan dos meses embarcados mar adentro o los que viven la Navidad acuartelados en medio del desierto, miran esa bandera y no ven un pedazo de tela: ven a su familia, a sus padres, a sus amigos, a sus convecinos, a sus compañeros de colegio, a sus maestros, a todas y cada una de las personas a las que han querido; ven que tienen una casa y un barrio y una ciudad y un país agradeciéndoles el esfuerzo y contando los días para ir a esperarles al aeropuerto y darles un abrazo y mil besos en cuanto se bajen del avión. 
    Tú les esperarías con un puñado de mocos. ¡Qué estilo, qué clase, qué elegancia! A tu lado, George Clooney es un andrajoso mugriento.

    ¿No ves la diferencia entre los besos y los mocos, Dani? ¿No te das cuenta de que tú mismo te has puesto a la altura de las bostas que van dejando las vacas a su paso? ¿No te das cuenta de que lo único que has logrado ha sido demostrar a todo el mundo que no tienes ni la más remotísima idea de lo que es una bandera, de lo que en realidad simboliza?

    Tú no lo entiendes porque en tu cabeza sólo hay flemas, expectoraciones y cheques al portador, pero esa tela no simboliza a un partido político ni a un periodo histórico ni a los fachas ni al Rey ni a Madrid ni al Ejército ni a la derecha ni ninguna de esas equivocaciones que después de mil veces repetidas siguen siendo equivocaciones. Simboliza algo muy distinto, simboliza que hayamos nacido en Huesca o en Tenerife, en Orense o en Gandía, en Ripoll o en Mequinenza, estamos juntos en lo bueno y en lo malo, cuando hay sol y cuando truena, cuando toca dar brincos por un gol de Iniesta y cuando toca arrimar el hombro y currar a saco. Juntos. Como los miembros de una familia, que lo siguen siendo por muy distintos que sean: no dejan dos hermanos de ser hermanos porque uno oiga heavy metal y el otro canto gregoriano. Y aunque pasen épocas muy jodidas y aunque a veces discutan, lo siguen y lo seguirán siendo. Es más, si un miembro de la familia quiere empezar una nueva vida y se va a vivir él solo a la quinta puñeta, sigue siendo de la familia por muy lejos que se vaya, aunque se vaya a Marte. La familia y el país no se eligen: se nace dentro.
    Por eso una bandera no es un trapo, Dani. 

    Yo te voy a decir lo que es, y no pierdo la esperanza de que en alguna próxima reencarnación lo entiendas: “Una bandera es una foto de familia”.

    Esa bandera que tú usaste como si fuera una servilleta de papel, es la foto de familia de todos los españoles que han sido y son y serán; todos, con sus defectos y sus virtudes, con sus penas y sus alegrías, con sus aciertos y sus errores, con sus grandezas y con sus fallos; todos, con sus trajes regionales y sus aldeas y sus campos y sus ermitas y sus arboledas y sus playas y sus parques y sus tascas y sus cementerios. Por eso resulta tan doloroso que la hayas confundido con un harapo, porque es nuestra foto de familia; la de todos nosotros, incluidos los que opinan blanco y los que opinan negro, incluidos los que respetan a la bandera, los que la miran con indiferencia y los que la escupen, incluidos los que saben que se echarán a llorar el día que España se rompa y los que querrían verla rota hoy mismo, incluidos los que idolatran al Rey y los que no quieren que haya Rey, incluidos los que miran de frente a la cámara y los que apartan la mirada. Estamos todos en la foto de familia, Dani, ¿no lo entiendes?
    Y por eso mismo y con esto acabo, porque es algo tan grande como la totalidad de los españoles, te repito que no has logrado mancharla aunque lo hayas pretendido.
    ¿Te creías que podías manchar la bandera de España con tus mocos? Pero no flipes. La bandera de España está siete planetas más alta que tú. Tus mocos se quedan a ras de suelo, Dani, que es donde tú vives, y ella sigue ondeando allá arriba, impoluta, a la altura de los héroes que volvieron a casa llevándola puesta sobre el ataúd. 


Me despido con un abrazo, Dani. Lo cual, después de haber dedicado cinco folios a criticar tu dolorosa actuación, podrá parecer extraño, pero no lo es. Termino mi escrito mandándote un abrazo por una razón muy poderosa: a pesar de todas las diferencias, eres mi compatriota. Y eso no es moco de pavo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Contador

Flag Counter