– UNO –
Quienes se dedican a la enseñanza lo saben mejor que nadie: la forma de redactar el enunciado de un examen influye en el éxito o el fracaso de los estudiantes.
Pondré un ejemplo obvio.
Redacción del enunciado sin datos inútiles
“Un vehículo
circula a 60 km/h. ¿Qué distancia
recorre en 6 minutos?”
Redacción del enunciado con datos inútiles
“Un vehículo japonés
con chasis de aluminio, dotado de 4 ruedas, con matrícula RFG113, circula a 60
km/h por una carretera asfaltada de 12 metros de anchura, cuyas líneas
discontinuas fueron trazadas durante el turno de noche con una pintura de
fabricación italiana que cuesta 2€/kg. Sabiendo que es jueves, que ayer no
llovió, que el piloto lleva un casco homologado por el Ministerio de Industria
y que la carretera conecta una aldea de 300 habitantes con un pueblo famoso por
sus 2 iglesias románicas, calcular qué distancia recorre dicho vehículo en 6
minutos.”
Es lo mismo que le ha ocurrido a los jueces firmantes de la sentencia del llamado “Juicio de la Manada”. Instrucción, acusación y defensa pusieron sobre su mesa un sumario con cientos y cientos de folios, y ante tanta información se han ofuscado. No han sabido distinguir los datos esenciales, que no son más de cuatro. Es más, ya que han visto tantos datos, han intentado acomodarlos en leyes donde no cabían, igual que no cabe el precio de la pintura en las Leyes de Newton.
Muy especialmente, se ha ofuscado el Ilustrísimo Magistrado Señor Don Ricardo Javier González González, a cuyo entender los cinco acusados deberían haber sido absueltos de todo delito relacionado con la sexualidad, no viendo más delito en el caso que la sustracción del móvil de la demandante. Volveré sobre ello.
INCISO: El periódico “La Vanguardia”, en su edición del miércoles 2-5-2018, refiriéndose al recurso, se encarga de ponerme los pelos de punta: “La complejidad de la sentencia hace prever un proceso judicial largo, tal vez de dos años más”. O sea, que van a hacer lo mismo: van a chapotear en miles y miles de folios; van a discutir a quién correspondía homologar el casco.
– DOS –
En el problema se trataba de calcular un espacio recorrido; a qué hora pintaron la carretera y la climatología de la víspera pueden tirarse a la papelera sin remordimiento alguno.
Aquí se trata de esclarecer si una joven de 18 años fue violada por cinco hombres que actuaron conjuntamente, o no. Y para dilucidarlo podemos – debemos – empezar por tirar a la papelera lo que dijo el conserje del hotel en el que intentaron colarse, lo que dijo la vecina que involuntariamente les facilitó el acceso al número 5 de Paulino Caballero, si llegaron allí por esta o por aquella calle, si se habían conocido a las dos o a las dos y veinte, si la puerta del garaje está a tres metros del rellano o a tres y medio, si la cogieron entre dos de las muñecas o si la cogieron entre dos de los brazos, si lo primero que dijo la chica tras el percance fue “¿Cómo se lo voy a decir a mi madre?” o si pidió agua, si se marcharon los cinco a la vez tras culminar su proeza o de uno en uno, si lo primero que le dijo José Ángel Prenda a la joven nada más conocerla fue una inmunda grosería que me niego a repetir aquí o si existe un universo paralelo en el que la saludó diciendo “Qué bonitas están hoy las estrellas; casi tanto como tú”; si durante la consumación de los actos objeto de juicio filmaron vídeos con dos móviles, con cuatro o con tres; si el banco en el que se sentó la chica después de los sucesos estaba al sur o al norte del portal; si cuando salió ya se había dispersado la manada o si seguía cerca.
Es todo tan irrelevante como si las dos iglesias eran románicas o churriguerescas.
– TRES –
He invertido dos horas y tres cuartos en leerme la sentencia íntegra. Quien quiera leerla – son 371 páginas harto repetitivas – puede hacerlo en este enlace.
Sentencia íntegra
De las 371 páginas, las 133 primeras corresponden a la Sentencia Mayoritaria de la Sala y las 238 siguientes corresponden al texto redactado por el Magistrado ya referido, donde según su saber y entender justifica, él piensa que sobradamente, por qué su voto es que se declare inocentes tanto de violación como de abusos a los cinco acusados.
Que tiene derecho a expresar su opinión no me atreveré a negarlo: es el mismo derecho que estoy ejerciendo yo ahora y supongo que él tampoco me lo querrá negar a mí.
La lectura de dicho texto me ha producido un profundo desasosiego del que – supongo – mi mente intenta librarse escribiendo todo esto.
¿Recuerdan el ejemplo del vehículo japonés? ¿Recuerdan el riesgo que supone perder el tiempo estudiando datos innecesarios?
Pues bien, el Ilustrísimo Magistrado Sr González dedica un buen porcentaje de esas 238 páginas a disquisiciones que dan vértigo. Por ejemplo, estas dos:
a/ 3 páginas, de la 210 a la 213, a discutir si antes de entrar los seis al portal donde se consumaron los actos, estuvo la demandante “apoyada en la fachada principal del inmueble” o “en el hueco de la puerta del garaje”.
Detalle, a su entender, de importancia capital.
b/ 24 páginas, de la 336 a la 360 a argumentar que no se puede culpar a los acusados “por abuso sexual” desde el momento en que a las defensas se les había informado de que estaban acusados “de agresión sexual”, y contra esta acusación habían preparado sus estrategias de defensa, no contra la otra acusación, menos grave, de la que ahora la Sala pretende culparlos, emitiendo así una sentencia sorpresiva (esto lo dice más adelante) y menoscabando por tanto el derecho a la defensa de los acusados.
Vamos, que quien entra a juicio acusado de asesinato (más grave) no puede salir del juicio condenado por homicidio (menos grave). O sale “culpable de asesinato” o sale “inocente de todo cargo y limpio como la patena”. ¿De verdad nos quiere colar esta perla?
Pero lo que sigue es más serio. Mucho más serio. El Ilustrísimo Magistrado Señor González sostiene
a/ en la página 218, que el hecho de que la demandante haya cambiado su primera declaración, en la que decía “me la arrancaron” por una nueva en la que dice “me la desabrocharon”, abunda en la tesis de que no hubo violencia alguna en la actuación de los cinco acusados.
¿Y ese cambio pesa más que la página 16 del capítulo Hechos Probados?
Allí consta que “Ángel Boza la cogió de una mano y Alfonso Cabezuelo la cogió de la otra mano y entre ambos la apremiaron a entrar en el portal tirando de la denunciante”.
¿Qué hace falta añadirle a esta forma de meter a alguien en un portal, “tirando de ella”, para que se considere “forma violenta”? ¿Hace falta que le disloquen un codo? Yo me puedo sentir tratado con violencia sin necesidad de que me arranquen la camisa ni me disloquen nada. Y un Magistrado también. Y la demandante.
Digo más. En el atestado de la Policía Municipal consta “Preguntada si no ha intentado zafarse al ser introducida en el portal contesta que sí, pero que no ha podido, y que tampoco podía gritar porque el chico del reloj grande le ha tapado la boca; y que cuando han llegado al lugar de los hechos la han rodeado y la han tirado al suelo”.
¿Y luego llega la sentencia y dice que no hubo violencia?
¿Pero entonces la Policía para qué se molesta en escribir los atestados?
Ah, sí, ya me acuerdo: para entremezclarlos durante la Instrucción con cientos de folios inútiles: la climatología, la marca de la pintura, fachada o puerta de garaje... Así, aunque el atestado se puede leer holgadamente en quince minutos, ¡y todos los datos clave están ahí escritos!, resulta que para dictar sentencia hacen falta dos años porque ya que discutimos si hubo o no hubo violación, discutamos también la influencia del vocabulario provenzal en la Francia de Pipino el Breve.
b/en la página 238, que en la sentencia mayoritaria se da por bueno que la demandante sintió agobio, desasosiego y estupor, pero él no puede aceptar tal conclusión ni entiende por qué la sentencia mayoritaria la da por buena, cuando lo único cierto es que la demandante jamás utilizó esas palabras.
Vaya por Dios. Estaba obligada a usar justo esas palabras que ahora recoge la sentencia redactada por los Magistrados. Si en su declaración de hace más de un año ella utilizó otros sinónimos u otras expresiones de nuestro riquísimo idioma, podemos concluir que no sintió nada parecido al agobio ni al desasosiego ni al estupor ni a la pesadumbre ni al abatimiento ni a la desazón ni a la congoja ni al decaimiento ni al ahogo ni al desánimo ni al desconsuelo ni al desaliento ni a la desolación ni al desfallecimiento ni al temor ni al desengaño ni a la consternación ni a la soledad ni al sofoco ni a la pena ni al padecimiento ni a la impotencia ni al desamparo ni a la desesperanza ni al aturdimiento ni a la debilidad ni a la angustia ni al desmayo ni a la aflicción. Vamos, que se sentía inundada de gozo.
c/ en la página 247, que las acciones de índole sexual que se aprecian en los vídeos grabados por algunos de los acusados durante la consumación de los actos objetos de juicio, a su modo de ver están más cercanos a la delicadeza que a la desconsideración.
Se hizo la luz. Gracias, señor González, por iluminarme.
Ahora entiendo por qué los cinco acusados se largan del lugar de los hechos dejando a la demandante en aquella estrechez, con sus ropas tiradas por el suelo, desnuda y desorientada: por delicadeza. Ahora entiendo qué quería decir José Ángel Prenda cuando en el interrogatorio del 22 de Noviembre declaró “Pues en cuanto eyaculamos nos fuimos”; lo dijo para recalcar la sutil delicadeza, el cariño casi etéreo, con que habían tratado a la demandante.
Ahora comprendo por qué, ya puestos, al irse le roban el móvil y le extraen las tarjetas, que tiran allí mismo; es otra delicadeza. Los que opinamos que le quitan el móvil para que le cueste más tiempo poder dar parte de lo ocurrido, somos tan mal pensados que damos asco. En realidad, como su Señoría nos hace observar, se trata de una refinada fórmula de cortesía; es una prueba de exquisita consideración para con su amada, a la que admiran, adoran y reverencian.
Estos cinco héroes del romanticismo, estos cinco aristócratas de la ternura, estos cinco paladines de la caballerosidad, son tan considerados, gentiles y galantes, es tan alta su hidalguía, que nos marcan el recto camino al resto de los varones, que comparados con ellos no se sabe si somos ogros, prosimios o antropoides.
A las 6.50, según consta en la página 19 de la sentencia, José Ángel Prenda envía un Whatsapp a unos colegas aficionados, como él, del Sevilla FC, presumiendo de su hazaña: “Entre los cinco nos hemos estado follando a una, hay video, qué puta pasada de viaje, del Atlético de Madrid era, ja, ja.”
Gracias por abrirme los ojos, señor González: estos chicos son la encarnación de la finura, la esencia del tacto, el aura intangible de la sutileza. Si no es por usted no me doy cuenta.
Antes no quise teclear la grosería que José Ángel Prenda le dijo a la demandante a modo de presentación, nada más conocerla. Consta en la sentencia, página 193, y él tiene a gala haberlo dicho y lo repite en su interrogatorio. La voy a incluir ahora: “Que sepas que yo no soy un sevillano normal; yo soy cinturón negro comiendo coños”.
No hay duda, señor González, la razón está de su parte cuando aboga por la delicadeza de estos jovenzuelos: qué sutileza, qué galanura, qué glamour. Rubén Darío, Pablo Neruda y Juan Ramón Jiménez, los tres juntos y envueltos para regalo.
Esa forma de presentarse a sí mismo alcanza tal nivel de elegancia que haría llorar de envidia a Cervantes.
Es casi como si se hubiera presentado así: “Nunca creí en la hipnosis, pero al ver tus ojos me he vuelto creyente”. O así: “Ahora que te conozco sé que iré al infierno: he caído en la idolatría”.
O como si hubiera intentado plagiar aquel inimitable piropo de Julio Cortázar, compartiendo un café en una terraza, en París, junto al Sena, ese río caprichoso, que no quiere irse de una ciudad tan bella y la atraviesa dando mil vueltas: “Me he matado en esa curva”
“No entiendo" – dice ella – "¿Qué curva? Aquí no hay carretera, no hay curvas, ¿te refieres a las curvas del río...?”
“Me refiero a tu sonrisa”.
En uno de los audios extraídos por los técnicos de la Policía – y usted sabe que no miento – se oye: "Quita, quita, que me toca a mí".
Hay que echarle valor para asociar semejante escena con la palabra "delicadeza".
La policía, al inspeccionar el lugar de los hechos, encontró (y así consta en la página 106 de la Sentencia) “salpicaduras de semen en número difícil de precisar, en el suelo y en las paredes del habitáculo, así como en el suelo del pasillo y en las escaleras”.
¿En serio encuentra razonable calificar de delicados a unos tipos que dejan salpicaduras de semen por el suelo, por las paredes y por las escaleras de acceso al inmueble?
Cercanos a la delicadeza... Válgame el cielo...
Describiendo la actuación de los acusados nombrar la delicadeza es como explicar la vida de los esquimales y nombrar el cocotero.
Señor Juez, nunca ha encontrado tiempo para leer “Romeo y Julieta”, de William Shakespeare, ¿verdad que no?
Le haría tanto bien...
d/ en la página 296, que no entiende cómo es posible que si la demandante ha sido en verdad violada, lo primero que diga cuando dos viandantes la encuentran acurrucada y llorando en un banco sea “me han robado el móvil” y que el hecho de que diga tal cosa demuestra o al menos sugiere que ella consideraba el robo del móvil como lo más grave que le habían hecho, de donde se deduce que la acusación, sea por agresión o sea por abuso sexual, deja de tener sustento. No sería así si al ser preguntada “¿Qué te pasa?, ¿por qué lloras?” hubiera dicho “Me han violado” o “Me han agredido”, en cuyo caso sí sería creíble su versión de los hechos.
Su Ilustrísima cree ver la realidad con plena nitidez, pero yo tengo para mí que está confundido. Pondré un ejemplo. En un documental del National Geographic cuentan el caso de un chico de trece años que fue atacado por un tiburón en una playa australiana cuyo nombre sería un buen ejemplo de dato inútil. Casi perdió una pierna, sufrió una gran hemorragia y le falto poco para morir. Cuando despertó en el hospital, lo primero que dijo fue “¿Qué tal está Willy?”. Willy era su perro, que llevaba seis meses muerto.
Tras vivir una experiencia traumática, el cerebro puede “desordenar los bancos de memoria”; eso hace que al recobrar la conciencia pueda uno decir cualquier cosa. Todo psicólogo lo sabe; un juez también debería saberlo.
Un granjero francés que estuvo a punto de ser aplastado por un tractor, se despertó de la anestesia y pidió una hamburguesa; toda su vida había odiado las hamburguesas.
En el caso que nos ocupa, lo primero que dijo la denunciante a quienes la encontraron llorando desconsolada en un banco y se apiadaron de ella fue “Me han robado el móvil”; para deducir de esa frase que la violación denunciada no había ocurrido en la realidad, hay que tener muy oxidados los bancos de memoria.
No acudía esa frase a sus labios por ser lo más grave que le había pasado sino por ser lo último que le había pasado: buscar el móvil en medio del desorden de su ropa tirada por el suelo, en aquel zulo mugriento a medio iluminar, y no encontrarlo.
En medio de la angustia que está viviendo, resulta que ni siquiera tiene móvil para poder llamar a sus seres queridos y hallar en ellos algo de consuelo. En medio de su amargura, que le hayan quitado el móvil la hace sentir aún más sola y aún más desamparada.
Una joven de 18 años ha sufrido una experiencia traumática (Que la ha vivido es innegable; me basta el parte de la Policia Local: “La encontramos incapaz de contener el llanto y con gran dificultad para expresarse”). La experiencia ha durado desde las 3.00 hasta las 3.30; y entonces llega usted y le resta credibilidad a esta persona por algo que dice o deja de decir a las 3.45, en plena crisis nerviosa.
Hay que tener la sensibilidad de las gárgolas que adornan Notre Dame.
A una persona que ha vivido una experiencia traumática, usted le contabiliza las veces que al ser interrogada contesta “de eso no me acuerdo”.
Incluso cuando se le formulan preguntas que parecen redactadas por Hannibal Lecter (“¿Primero le introdujo el pene en la boca el chico del reloj grande y después la penetró vaginalmente el que llevaba tatuajes en los tobillos o el orden fue al revés?”); incluso entonces, usted se lo contabiliza como un descrédito si con media voz contesta “no estoy segura”.
Usted también es de una delicadeza infinita, señor González.
De todas formas, le alabo el gusto: hace usted bien en fiarse de estos cinco chavalotes tan sanos y tan majos; al fin y al cabo, abandonan a una joven de 18 años en una ciudad desconocida, de noche, desnuda, llorando, desorientada, dejándole la ropa desparramada por el suelo junto a las manchas de semen y de cubata y de paso se le llevan el móvil y lo tiran en un vertedero.
Son de fiar, no hay duda. Hasta el más tonto los querría de vecinos.
Que Santa Lucía le conserve la vista muchos años, señor Juez.
Por otro lado, le invito a releer el interrogatorio que la Ilustrísima Señora Fiscal le hizo a José Ángel Prenda el 22 de noviembre.
Digo releer porque seguro que ya lo conoce y lo ha tenido en consideración al redactar sus doscientos treinta y ocho folios.
¿Quiere contar cuántas veces responde el señor Prenda “no lo recuerdo”?
Más veces que la demandante, se lo aseguro con tanta certeza como que las gárgolas no respiran.
Le facilito el enlace por si no me cree
Interrogatorio de la Fiscalía
Cuando haya terminado de contar, ¿tendrá la valentía de reconocer que se ha equivocado?
f/ en la página 366, que ni la diferencia de edad ni de complexión física entre los acusados y la denunciante, ni su diferente experiencia sexual, ni que ellos fueran cinco y ella una sola, pueden tomarse como elementos decisivos para afirmar que no hubo consentimiento.
Este párrafo es impresionante.
Se le ha olvidado añadir “Ni tampoco el hecho de que tiraran de ella hasta meterla en un hueco situado entre el rellano y el primer piso; un hueco que no llega a los 3 m2, al que sólo se puede acceder por una diminuta escalera y en el que no hay ni otra salida ni ventana alguna y en el cual los cinco acusados, tras tirarla al suelo, la rodearon sin dejarle la más mínima opción de huida y comenzaron inmediatamente a desnudarla, uno quitándole el jersey y otro desabrochándole los pantalones”.
Se le ha olvidado añadir ese ínfimo detalle.
Por cierto, ya que usted no ve elementos decisivos para afirmar que no hubo consentimiento y ya que acaba concluyendo que los cinco acusados deberían quedar libres de todo cargo, es de ley concluir que usted da por probado que la relación fue consentida, al respecto de lo cual me surgen unas dudas muy sencillas:
- ¿Para usted es normal que una relación consentida acabe con una de las partes "acurrucada en un banco, incapaz de contener el llanto y con dificultades para expresarse, en estado de crisis nerviosa y necesitada de asistencia médica"?
- ¿Para usted es normal que en una relación consentida una de las partes tire de la otra para meterla en un portal por la fuerza y una vez dentro del portal le tape la boca?
- ¿Para usted es normal que en una relación consentida una de las partes empiece bloqueándole a la otra la única salida y tirándola al suelo?
- ¿Para usted es normal que una relación consentida acabe con una de las partes quitándole el móvil a la otra, sacándole las tarjetas, tirándolas al suelo y arrojando finalmente el móvil en un basurero?
g/ en la página 244, que en los vídeos registrados por los acusados durante la comisión de los hechos objetos de juicio, él no aprecia que los cinco ejerzan sobre la mujer ni violencia, ni fuerza, ni brusquedad, ni burla, ni desprecio, ni humillación, ni mofa, ni jactancia; afirma que él únicamente aprecia explícitos actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo entre los cinco y menos actividad y expresividad, eso sí, por parte de la denunciante.
Me he leído esta página varias veces y no acabo de asimilarla.
Haré sólo dos puntualizaciones muy simples.
Primera: los actos objetos de juicio duraron treinta minutos. La totalidad de los vídeos, sumados, duran 97 segundos. Lo que se vea o deje de ver en ese minuto y medio y la apreciación subjetiva que de ello se haga no puede tener más peso en el análisis del caso que los informes psicológicos, el informe forense y el atestado policial, indicativos todos ellos de que la demandante había pasado por una experiencia traumática incompatible con la tesis que sostiene su Señoría. Tesis, que por otra parte, resulta redundante con lo reflejado en el apartado c, donde nos decía que, a su entender, los acusados habían tratado a la demandante con delicadeza.
¿Se acuerdan del cocotero?
Segunda: jolgorio y regocijo pueden amalgamarse en una sola palabra: fiesta. De donde se deduce, señor Juez, que para usted es normal que en las fiestas haya dos tipos de invitados: por un lado, los que una vez divertidos y regocijados se marchan dejando semen por las paredes; y por otro lado, los que acaban la fiesta tirados en un banco, llorando, sin móvil y necesitados de ayuda policial y de asistencia médica.
Señoría, si organiza usted una fiesta y me invita, le juro que no voy.
Debo felicitar, eso sí, la sutil agudeza de su subconsciente: jolgorio viene del latín follicare.
Follicare, holicare, holcare, holgare, holgorio, jolgorio.
– CUATRO –
Y ya termino.
Argumentaba al principio que en lugar de perderse en miles de detalles accesorios bastaban unos pocos hechos.
Sobre las tres y media de la madrugada del 6 al 7, una pareja que paseaba se encuentra a una joven tumbada en un banco y llorando desconsolada.
Le preguntan qué le ha ocurrido. “Me han robado el móvil”, balbucea; añade palabras que no distinguen y luego parece decir en voz baja “¿Cómo se lo voy a contar a mi madre?”.
La ven tan angustiada que llaman a la policía. Le toman declaración, contesta que sí cuando le preguntan si ha sido violada, al principio dice que por cuatro, luego corrige que eran cinco; le hacen una primera cura en el servicio de urgencias del Complejo Hospitalario de Navarra, es explorada en Ginecología y se le administran anticonceptivos, la acompañan al lugar donde había aparcado el coche en el que había venido desde Madrid, donde estaba durmiendo el amigo que viajaba con ella; los instalan a ambos en un piso de acogida facilitado por el Ayuntamiento.
La primera psicóloga que habla con la joven, declara que “Ni de lejos me pareció que estuviese mintiendo o inventando”.
Explica cómo era el lugar donde ocurrieron los hechos. Mientras lo explica, se coge del brazo de una agente de Policía y le dice “No me dejes sola, por favor”.
Los policías saben encontrar muy pronto el lugar de los hechos; en el suelo hay restos de semen, las tarjetas del móvil de la demandante y unos vasos con cubalibre.
Explica cómo eran los presuntos agresores, explica que vio tatuajes. La policía los identifica y los detiene. No niegan los hechos. Al contrario, declaran que tienen en sus móviles grabaciones que demuestran que la relación fue consentida. Afirman con una sonrisa que “Esa tía nos dijo que lo mismo podía con dos que con cinco”.
El informe forense dice que “Se aprecia lesión eritematosa en zona genital, compatible con agresión sexual”.
El informe médico también refiere una tasa de alcoholemia cercana a 1g/L, lo que podía haber sido esgrimido por la acusación con más insistencia: abusar de alguien aprovechándose de que está bajo los efectos del alcohol es una forma de “no consentimiento por merma temporal de facultades mentales”.
Desde principios de septiembre, la joven recibe tratamiento psiquiátrico.
¿Hace falta un sumario de más de mil folios?
– CINCO –
Ya sé que no es costumbre, pero ofrezco el enlace con dos voces que discrepan totalmente de la mía: un periodista (creo que es periodista, no estoy seguro) y un profesor de Económicas de la Facultad de Santiago de Compostela. Ya sé que lo acostumbrado es enlazar con quien te da la razón, pero yo prefiero ofrecer estos dos enlaces, para poder contrastar.
El resumen del primero viene a ser "Cuando el Juez habla, los demás a callar".
El resumen del segundo viene a ser "Primero los provoca para pasarse un buen rato y luego los denuncia para quedar bien".
Ambos pueden ser muy instructivos: permiten deducir "Cómo está el patio".
Cómo pudimos llegar a esto
La opinión de Luciano Méndez
– SEIS –
Aunque me duela, lo cierto es que entre los miembros de la manada hay dos integrantes de Fuerza Armada. Alfonso Jesús Cabezuelo, de la Unidad Militar de Emergencias, y Antonio Guerrero, Guardia Civil.
Para vosotros dos, aunque no creo que me leáis, es mi penúltimo párrafo.
Serví trece meses en la División Acorazada, en calidad de operador de radio. Es cierto que no pasé de Cabo, pero también es cierto que aprendí algo: quien se pone un uniforme queda automática e inexcusablemente obligado a observar una conducta intachable desde que se abrocha el primer botón hasta que va a la tumba; porque quien viste un uniforme sólo puede ir a la tumba de dos maneras, o con todos los honores o como un mierda. Así es como iréis vosotros cuando Dios os llame: como dos mierdas.
Por cierto, no sois una manada; sois una piara. No confundamos.
Mi último párrafo – no podía ser de otro modo – es para la víctima (palabra que no he usado en todo el escrito; me la he reservado hasta ahora).
No puedo hacer gran cosa; apenas ofrecerte un aforismo del gran poeta indio Rabindranath Tagore: “Cada vez que nace un niño, nos trae un mensaje de Dios: aún no he perdido la fe en vosotros”.
No la pierdas tú tampoco.
No pierdas la fe en la humanidad.
No pierdas la fe en las personas, con independencia de su edad, de su apariencia, de si nacieron aquí o allá, de si les gusta el patinaje, el tenis o la petanca, de si prefieren escuchar a Tchaikovsky, a Mecano o a los Ramones, de si han sentido o no que tocaban el cielo leyendo a Shakespeare; de si nacieron chicos o chicas, que para ser persona tanto tiene.
No pierdas la fe en que esos chiquillos que están ahora dando brincos en el parque serán hombres buenos el día de mañana.
Y por encima de todo, no pierdas la fe en ti misma: cinco salvajes no se merecen un botín tan valioso.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario