lunes

2: Plutón ya no es planeta


Cuando yo era pequeño - los Beatles estaban en lo más alto, el Real Zaragoza jugaba competiciones europeas, Franco tenía en todo la última palabra - recitar la lista de los planetas del sistema solar era muy fácil y no provocaba discusiones: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón.


Como no suelo tener alumnos menores de quince años, no viene a cuento pedirles que reciten nada. Pero, hace unos días, el azar quiso que yo estuviera presente cuando una niña de siete años recitaba la lista de planetas solares. Tras decir "Neptuno" se calló, hizo una tímida reverencia y todo el mundo aplaudió la actuación. Yo me quedé un buen rato pensando "¿Y Plutón?". Un buen rato con la misma sensación que te acalambra el vientre cuando no encuentras las llaves.
Pero nadie más se sintió como si hubiera perdido algo.
A nadie pareció importarle que Plutón no estuviese en la lista. Al fin y al cabo, estando tan lejos y siendo tan poco hablador, es muy fácil pasar de él.

Pero yo no paso de él. Yo quiero saber por qué esta niña va a crecer convencida de que su lista es la correcta; por qué va a vivir convencida de que el Sol sólo tiene ocho planetas; por qué, si me oye nombrar a Plutón, va a pensar que no me sé la lección o que le llevo la contraria a su seño.

Sí, sí, ya sé que el mundo ha cambiado mucho. Pero entiendo las razones de los cambios. Los Beatles ya no están en lo más alto: claro, ni siquiera están todos vivos y encima los Tokio Hotel son más guapos; el Real Zaragoza ya no juega más que a sobrevivir: fácil de explicar, Don Agapito, excelso contable, para quien el león bordado en la camiseta no es más que un adorno sin significado, ha destruido el equipo; Franco ya no toma decisiones: explicación obvia, falleció en el 75.

Pero este otro cambio...
¿Por qué no está Plutón en la lista de planetas?
¿Por qué lo han echado de clase?
¿Por qué, según la genial caricatura de Pedersen, los otros planetas lo miran como a un apestado?


Un tipo muy listo me lo explica: "Se han descubierto más cuerpos orbitando alrededor del Sol, y dos de ellos son tan grandes como Plutón".
Vale. Pues si esa es la razón, la niña de la que hablaba antes debe recitar una lista con once nombres. No una lista con ocho. Hay que añadir, no quitar.

Me ofrecen otra explicación, a ver si así me callo: "Más allá de Neptuno hay una serie de cuerpos rocosos; es mejor incluir a Plutón en esa serie y decir que es uno más de una larga lista de cuerpos transneptunianos que no merecen nombre propio".
¿Uno más? ¿Cómo que uno más? No es uno más. Hasta ahí podíamos llegar. Es el planeta que descubrió Tombaugh, el 18 de Febrero de 1930, después de cientos de noches encerrado en su observatorio de Arizona, dejándose la vista y la paciencia en las lentes del telescopio. ¿Cómo que Plutón no se merece un nombre propio? ¡El que le puso su descubridor, faltaría más!

Clyde Tombaugh, 
buscando en el cariño de los gatos un alivio para la incomprensión 


Estas razones no me mueven a dejar de protestar, así que me dan otra: "Plutón tiene un satélite, Caronte. Caronte es tan desproporcionadamente grande, que Plutón y Caronte deben ser considerados un sistema corpuscular doble".
Esta explicación es maravillosa. Me encanta. Es como un homenaje a Groucho Marx, que se dio de baja en un club alegando este motivo: "Me niego a formar parte de un club que admite a tipos como yo". Según este "razonamiento" también habría que quitar de la lista a la Tierra. La desproporción de la pareja Tierra-Luna es de la misma magnitud. ¿Nos quitamos de la lista de planetas a nosotros mismos?


Por si fuera poco, hoy (2012) está prácticamente confirmado que alrededor de Plutón orbitan al menos cinco satélites. Hecho que tira por tierra tanto la opción del cuerpo transneptuniano como la del sistema doble.


Y sigo protestando. ¿Por qué? Porque sospecho que en la exclusión de Plutón hay trampa. Me explicaré. Los libros de texto clasifican a los planetas en rocosos y gaseosos. Los rocosos son pequeños, con atmósferas cuya masa es insignificante respecto a la masa total del planeta, de densidad muy superior a la del agua y con pocos o ningún satélite. Los gaseosos son enormes, su inmensa atmósfera representa un porcentaje significativo de la masa total, su densidad es similar a la del agua o incluso inferior y no sólo poseen un enjambre de satélites sino también anillos. Y ahora viene lo bueno: los rocosos, al ser más densos, orbitan cerca de su estrella y los gaseosos, al ser más ligeros, en la lejanía. ¡Pobre Plutón! ¿A quién se le ocurre tener un 70% de material rocoso y orbitar tan lejos?

Con lo bonito que queda este párrafo...

"El sistema solar está formado por cuatro planetas de cada tipo: cuatro rocosos orbitando en la cercanía del Sol (Mercurio, Venus, Tierra, Marte) y cuatro gaseosos orbitando en la lejanía (Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno), separados por el cinturón de asteroides"

... ¿Cómo le vamos a dejar a Plutón que nos lo estropee?

Qué bien, qué bonito, qué ordenado. Todos los planetas son tipo A o tipo B. Y cada tipo en su sitio. Los unos cerca, los otros lejos. Sin excepciones. Sin bichos raros con propiedades extrañas. Los maniáticos de las clasificaciones, los fanáticos de los archivos y los enamorados de las estanterías numeradas ya pueden irse a dormir tranquilos.
Y si llego yo y pretendo estropearles la siesta recordándoles que Plutón no se ajusta ni al tipo A ni al tipo B, que es un planeta de origen dudoso y con propiedades que lo hacen único, me contestan:
"Lo hemos quitado de la lista de planetas y en paz. Así no nos estropea la clasificación ni nos rompe el esquema". Y a roncar.

Pero yo sigo con los ojos como platos. Como si no encontrase las llaves.

Las palabras "reptil" y "mamífero" gozan de una definición muy precisa desde hace varias décadas. Y las subdivisiones (quelonio, crocodiliano, plantígrado, cetáceo...), también. De modo que el lagarto, el gavial, el ciervo, el puma, la beluga, la serpiente cascabel... tienen un lugar inequívoco en el esquema.

Pero en Australia vive el ornitorrinco. Tan feliz. A su aire. Sondeando con su pico de pato los fondos fangosos de los riachuelos, escarbando con sus uñas de reptil madrigueras que parecen hechas por un aprendiz de castor, nadando con su arcaico esqueleto de cocodrilo, poniendo unos huevos que más bien parecen de caimán, amamantando a sus crías con una secreción láctea que le brota de los poros de la piel... Indiferente a nuestra obsesión por etiquetarlo todo. Ignorante de que parece estar en el mundo para romper esquemas. Ausente de nuestras discusiones sobre galgos y podencos, indiferente al hecho de que nos hayamos inventado una nueva categoría taxonómica para tener donde ubicarlos a él y al equidna.


El ornitorrinco es una invitación. Pero no hemos sabido verla. Cada vez que nos mira con sus ojos de ave buceadora, nos está invitando a caer en la cuenta de que las clasificaciones, las etiquetas y los esquemas sólo existen dentro de nuestra cabeza. No existen fuera. No forman parte de la Naturaleza.

La Naturaleza no ve nada raro en ellos. Ni en el ornitorrinco. Ni en Plutón.
Ahí siguen los dos, tan campantes, tan originales, cada uno a lo suyo, el uno a buscar comida y el otro a dar vueltas. Sin dejarse influir por nuestro fantasma del orden preestablecido.
¡Ay, nos creemos tan listos por haber inventado el orden alfabético!
Pero los animales no viven en orden alfabético. Ni los planetas van a ponerse a orbitar donde les digamos nosotros.

Los que han quitado a Plutón de la lista de planetas para que no les interrumpa la siesta, matarían al ornitorrinco sin dudarlo. A todos los ornitorrincos. Uno a uno.

Ya no existe el ornitorrinco. Ya estamos en paz. Ya son todos o reptil o mamífero.

Han quitado a Plutón de la lista. Pero preferirían quitarlo del cielo.

Y se creen científicos. ¡¡Qué peligro!! Científicos, cuando pasan su tiempo alineando archivadores, numerando cajones, etiquetando botes, catalogando fotos, clasificando especímenes en vitrinas cerradas con llave, clavando cadáveres con alfileres en planchas de corcho. Como si un cadáver ya no estuviese bastante quieto de por sí. Como si los seres que forman la Naturaleza tuvieran que estar cada uno quietecito en su repisa, en vez de estar recorriendo los mares, los pantanos, las montañas, el espacio sideral.

Richard Feynman era este señor de la fotografía.


Ejercía de físico, de matemático, de profesor más alto que la pizarra, de percusionista nacido para la improvisación y de tipo raro. Abría cajas fuertes para demostrar que era capaz de abrirlas. Se colaba en zonas restringidas del Pentágono para demostrar que era capaz de colarse. No se conformó con inventar los "diagramas de Feynman"


también inventó el "Algoritmo infalible para la resolución de cualquier problema":

Primer paso: escribe el enunciado del problema.
Segundo paso: piensa hasta dar con la solución.
Tercer paso: escribe la solución del problema.

Hace más de cinco décadas, Richard Feynman lo dijo así de claro:

"Estamos confirmando la existencia de muchas partículas subatómicas. Y las estamos clasificando: hadrones, leptones, bosones... Puesto que de lo que se trata es de comprender el papel de cada una en la Naturaleza, a veces me pregunto si el mero hecho de agruparlas y clasificarlas no nos hace ir en la dirección equivocada".

Ernest Rutherford y Lord Kelvin habían hecho antes que Feynmann la misma advertencia, aunque ellos la habían redactado de forma más brusca:

"En todo trabajo científico hay que elegir: o Física o filatelia".

Los que han quitado a Plutón de la lista de planetas lo han hecho por criterio filatélico: para tener bien ordenada su colección de cromos. ¡Que no esperen mi aplauso!

¡Qué tarde! Me voy a la cama.
Que descanses en paz, Feynman. Buenas noches, Plutón. Ánimo, ornitorrinco, eres un crack.



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